La TV abierta se apaga, y no parece haber indicios concretos para creer que se trata simplemente de una cuestión coyuntural. Basta repasar la temporada que está a punto de finalizar en el calendario, pero terminada en los hechos, para constatar que no existen argumentos artísticos para sostener que el medio masivo por excelencia pueda seguir manteniendo el lugar de privilegio que tuvo tiempo atrás dentro de los hábitos culturales y de entretenimientos familiares.
En el contexto de un mundo que trajina inevitablemente hacia la flexibilidad digital, la TV abierta argentina de 2013 no supo/no quiso/no pudo/no entendió pensar sus contenidos en función de este nuevo escenario. Entre asumir riesgos y poner en prácticas viejas fórmulas, la pantalla chica local se volcó mayoritariamente por lo viejo conocido, en una decisión conservadora que intenta aferrarse desesperadamente al pasado más que pensar soluciones a los nuevos desafíos que impone la TV everywhere.
La temporada televisiva 2013 será recordada por el año en que la TV abierta perdió seis puntos de rating, de golpe y porrazo. Es imposible, ante esta caída de la audiencia, analizar lo que sucedió a lo largo de estos últimos doce meses sin tener en cuenta este dato. También resulta reduccionista pensar esa merma como una mera cuestión tecnológica, producto de la masificación de todo tipo de dispositivos con conexión a Internet.
La baja en la audiencia es consecuencia del mundo digital, pero también de los contenidos que la TV abierta ofrece, tanto en términos de calidad visual como de interés temático. Mientras la web es una fuente permanente de experimentación multicultural, la TV refuerza su anticuada matriz cultural, corriendo el riesgo de convertirse en una pantalla sólo para mayores de 40 años.
Si en los últimos años la TV evidenció un proceso de entrecruzamiento de géneros, esta temporada se caracterizó por el cruce entre registros: lo ficcional y lo no ficcional se volvieron áreas de límites difusos. Si la ficción suele ser definida en oposición a la “realidad”, y viceversa, la TV 2013 se encargó de complejizar esa dualidad. Las herramientas de espectacularización y trivialización (desde humor y parodias a dramatizaciones) alcanzaron a buena parte de los noticieros y programas periodísticos, que pusieron al aire discursos en los que la distinción entre lo que es información y lo que es ficción se volvió ambigua a los ojos de los televidentes.
Por su parte, la ficción se valió como nunca antes de la realidad para desarrollar sus tramas, tal el caso de Farsantes acompañando la ley de matrimonio igualitario, o de Santos y pecadores abordando las injusticias de la Justicia en medio del debate acerca de la democratización del Poder Judicial. El mecanismo de hibridación entre lo ficcional y lo no ficcional quedó demostrado, ya no se limita a los escándalos surgidos en ShowMatch, el gran ausente de este año.
La era del panel televisivo
La falta de presupuesto y de creatividad se hizo evidente en la enorme cantidad de programas con panelistas que ocuparon la pantalla. Fiel reflejo de una TV que se mira a sí misma, como objeto analizable, buena parte de la programación de todos los canales fue invadida por un conductor y un séquito de panelistas dispuestos a opinar sin ruborizarse del vestido más lindo de determinada fiesta, las posibilidades políticas y judiciales del memorándum que se intenta acordar con Irán, o las causas sociales, políticas y económicas alrededor de la fiebre por el dólar. Pensados más con el espíritu de generar polémica y mantenerla en el tiempo, los ciclos de panelistas esconden detrás de su pretensión periodística el único objetivo de incrementar su audiencia en función de lo que marca el minuto a minuto.
La TV digitada por el real time carece de criterio periodístico y ético. No se piensa; se mide. Lejos de brindar herramientas para el entendimiento de determinado hecho, lo que persigue es mantener la tensión dramática, o en su defecto generarla. Los panelistas ya no deben ser especialistas ni –en algunos casos– conocer de qué se habla: a este tipo de TV le basta con que se muestren implacables en sus intervenciones y dispuestos a alimentar la polémica. Incluso, si el capricho del minuto a minuto acompaña, a transformarse ellos mismos en el hecho noticioso. En este juego, perverso o entretenido según el caso, la tarea periodística más elemental se ve pulverizada: el rumor sustituye a la noticia, el analista se transforma en el objeto a analizar y la capacidad polémica se prefiere a la solidez argumentativa. Otro logro del mundo digital: la facilidad de acceso al archivo permitió que la programación de la TV no sólo sea un sistema de espejos que se reflejan a sí mismos las 24 horas, sino que además sea analista de sí misma. Objeto a analizar y analista se funden en un misma cosa.
Claro que la (i)lógica del show no fue, en este año, exclusividad de los programas adornados con panelistas. También los periodísticos convivieron con esta idea, donde la búsqueda de impacto pasó a ser tan importante como la misma solidez investigativa. En este contexto, Periodismo para todos irrumpió este año en escena con una repercusión inusual, producto del cruce de géneros entre periodismo y espectáculo. El ciclo de Jorge Lanata combinó investigaciones con alto presupuesto, refritos de notas periodísticas, afirmaciones rimbombantes y humor de discutible gracia, en un combo que terminó generando más ruido mediático en los programas de espectáculos que en los políticos. El especial de “Humor” con el que finalizó la temporada PPT es la más clara demostración de la difusa barrera que, para algunos. separa a la realidad de la ficción. ¿Puede un programa periodístico tener el rating como fin en sí mismo? Si es válido, ¿el rating es una variable que avala determinadas prácticas periodísticas? Interrogantes para un debate que se vuelve necesario.
Entre la realidad y la fantasía
El estándar de calidad que alcanzó la ficción argentina ya no se discute. Con mayor o menor presupuesto, con tramas más o menos interesantes, el denominador común que signa a los programas del género es el del alto nivel de producción con que cuentan. Y si hay necesidades, el talento actoral y técnico se las ingenian para suplir la escasez presupuestaria. Esa característica no sólo se comprueba fronteras adentro, sino que pudo corroborarse en Mipcom 2013, el mayor mercado del mundo de televisión, donde Argentina tuvo el privilegio de ser “País de honor”, con acuerdos comerciales que incluyeron a grandes, medianas y pequeñas productoras. Otro motivo para celebrar fue la creación de Migré, la asociación de autores de TV que emergió como una necesidad para reivindicar el trabajo y mejorar las condiciones de quienes, desde las sombras, les dan vida a las historias.
La ficción de 2013 va a ser recordada por la manera en que distintos ciclos reflejaron en sus tramas la ampliación de derechos sociales y políticos que la sociedad argentina consiguió en los últimos años. Farsantes, la ficción de Pol-Ka para El Trece, fue la máxima expresión de este hecho. Magníficamente actuada por un elenco que se llevó mejor en pantalla que fuera de ella (fueron notorias las diferencias entre ellos), la ficción se convirtió en la primera telenovela argentina en tener como eje central el amor entre dos hombres. No sólo eso: la historia escrita por Mario Segade y Carolina Aguirre tuvo la novedad de meterse de lleno en la historia homosexual en capítulos de emisión diaria, en pleno prime time y en la pantalla de un canal privado. Farsantes fue, tal vez, una de las pocas apuestas de riesgo de la TV que se va. Y tuvo su premio en la repercusión social que tuvo la novela.
Sin descuidar el atractivo televisivo, Farsantes supo despertar conciencias sobre el amor con la naturalidad de una historia contada como cualquier otra, sin importar si era homosexual o heterosexual. Desde el guión, la ficción tuvo la sensibilidad de haber tramado una historia en la que Guillermo (notable Julio Chávez, una vez más) y Pedro (consagratorio papel de Benjamín Vicuña) podrían haber sido también un hombre y una mujer, sin que nada significativo hubiese cambiado. La familiaridad de anteponer el amor por sobre cualquier mandato social, sin caer en los clichés ni en la sátira con la que la TV suele abordar este tipo de historias, terminó por exponer en la mesa de los argentinos una problemática cuya reciente legislación no basta para que sea comprendida desde ciertos sectores sociales.
En la misma senda de ficción social se ubicaron Santos y pecadores y Esa mujer, además del resto de los ciclos surgidos al calor de los concursos del Ministerio de Planificación, Incaa, CIN y Bacua. La producción de On TV, que se enmarca dentro de la trilogía comenzada en Televisión por la identidad y continuada con Televisión por la inclusión, se animó a contar los aspectos menos visibilizados de la Justicia, inspirándose en casos reales. La diferencia respecto de sus anteriores producciones es que, esta vez, Santos y pecadores se permite desarrollar sus historias desde diferentes géneros, sin limitarse al drama (thriller, suspenso, comedia, sátira). Por su parte, Esa mujer le devolvió a la TV pública la telenovela de la tarde, con una historia que sin perder el cuentito de los enamorados imposibles, aporta su mirada sobre cuestiones sociales (desde la identidad hasta el aborto, pasando por la violencia de género). Un año en que la ficción tuvo la necesidad de vincularse con el universo referencial social en el que se inscribe.
Por fuera de esa línea de anclaje social, Solamente vos se convirtió en el programa más visto del año, con una historia que desarrolló todas las posibilidades de la comedia familiar. Con Adrián Suar haciendo lo que mejor sabe y sin temor al ridículo (sus playback musicales se recordarán por años), la comedia de Pol-Ka construyó una historia enfocada en hacer reír y entretener, pero sin por eso plantear temáticas como la de las familias ensambladas y/o el cuidado en las relaciones sexuales en la adolescencia. En la competencia directa, tras un 2012 signado por la popularidad de Graduados, la ficción de Underground y Endemol Los vecinos en guerra sufrió el sostenimiento de Solamente vos en la audiencia, dándole un giro incluso policial a la comedia. No le fue mejor.
Más por la búsqueda que por el resultado puramente televisivo, Aliados pareció tratarse de la primera experiencia argentina en pensarse desde su misma concepción con una estrategia de contenidos multiplataforma. Independientemente del contenido de la historia mística que contó, propia del fantasy, la producción de Cris Morena para Telefe buscó adaptarse a los actuales hábitos de consumo, en un proyecto que a la emisión en TV abierta le sumó la de cable, las redes sociales e Internet, a través de webisodios diarios de siete minutos que adelantaban el capítulo siguiente. ¿El resultado? Apenas diez puntos de rating en TV abierta, pero cientos de miles de usuarios que siguieron los episodios por la web. Nada mal para un primer paso, que fue mucho más allá de las creaciones de gerencias en medios digitales o contenidos globales que pusieron en marcha este año El Trece y Telefe. Más vale tarde que nunca.
De carcajadas, divas y otras yerbas
En materia de humor (que en noviembre perdió a Juan Carlos Calabró, uno de los últimos capocómicos), Peter Capusotto y sus videos volvió a refrendar las credenciales de que Diego Capusotto y Pedro Saborido son los últimos representantes de un género que pretende hacer reír pero que también deja pensando. Este año, además, el ciclo tuvo como compañero de humor puro a Sin codificar, que aterrizó desde América TV a la pantalla de Telefe. El ciclo comandando por Adrián Korol y Yayo Guridi tuvo tal aceptación los domingos al mediodía que Telefe terminó por sumar otras dos emisiones semanales los martes y jueves en el prime time. Una decisión que rindió sus frutos en términos de rating, pero que el programa sufrió artísticamente. Una concepción utilitaria que Saborido y Capusotto supieron evitar, para felicidad de su público.
Las divas televisivas de ayer y hoy tuvieron un 2013 agridulce. Susana Giménez volvió con su clásico programa, con sus clásicos invitados y con sus clásicos furcios, bloopers o papelones (elija la que más le gusta). La blonda tuvo un año en el que (casi) no pudo contar con figuras internacionales y en donde Salven los millones alcanzó status de programa propio con modificaciones de horarios y escaso público. Por su parte, Mirtha Legrand tuvo una temporada corta, en la que regresó a sus almuerzos pero únicamente los domingos, a la vez que le agregó una cena los sábados. Pese al recorte, la Chiqui alcanzó una repercusión inusual a partir de los políticos en campaña que pasaron por su mesa, además de un rating por encima de su promedio. Extreme makeover, con Andy Kusnetzoff, demostró que la TV comercial puede cumplir una función social ayudando a quienes más lo necesitan (aun con la invasiva PNT que inunda la pantalla).
El 2013 fue, también, el año en que la TV argentina se comprobó a sí misma que puede funcionar sin Marcelo Tinelli en su pantalla. Tras el desplante a El Trece en febrero, el conductor de ShowMatch se tomó un año sabático (obligado), en el que –de todas maneras– su nombre estuvo sobrevolando a cada instante, con rumores, versiones, entredichos y operaciones de todo tipo acerca de su regreso. Finalmente, Tinelli vendió la mayor parte de su productora Ideas del Sur al Grupo Indalo y firmó contrato con El Trece para volver con su clásico programa en abril de 2014. Sin hacer televisión, Tinelli demostró –desde los márgenes de la pantalla– que no sólo es una figura omnisciente para la industria sino que, además, sigue marcando el pulso de una TV que debería romper definitivamente con el pasado para no limitar su rol al de mero electrodoméstico.
Fuente: Página 12