El satélite Arsat-1 ya está en el espacio, a miles de kilómetros de distancia de la Tierra. Fue lanzado ayer a las 18.44 por el cohete Ariane 5 desde la base espacial de Kourou, Guayana Francesa. Su construcción y puesta a punto se realizó íntegramente en la Argentina.
También serán nacionales las maniobras de viaje hasta la posición orbital establecida y la operatoria una vez que esté en funcionamiento. Arsat-1 demandó una inversión de 270 millones de dólares por parte del Estado nacional. Si el proceso se completa con éxito, será la primera operación de este tipo en un satélite de telecomunicaciones por parte de un país de América latina. El evento generó ansiedad, nervios, festejos, satisfacción y una profunda emoción en todos los argentinos que lo presenciaron, en especial en los científicos comprometidos en este ambicioso proyecto.
Cerca de las 19.30, con el éxito del lanzamiento asegurado, comenzaron en el Salón Júpiter los discursos de los directivos de Ariane Space y de las autoridades argentinas. “Estamos muy agradecidos. Esperamos que esto sea el comienzo, como los primeros pasos que en los ’60 dio el Estado francés en esta materia”, dijo el ministro de Planificación, Julio De Vido. Lo precedió Norberto Berner, secretario de Comunicaciones, quien planteó que “esto es comparable con muy pocas cosas en la historia argentina. Y nos va a permitir brindar un muy buen servicio de telecomunicaciones”.
En tanto, Matías Bianchi, presidente de Arsat, indicó que “esto es un legado para nosotros y para las futuras generaciones, el comienzo de una historia larga para que nadie pueda pensar en dar un paso atrás”. Los tres reconocieron a los trabajadores de Arsat, Invap y Ceatsa, agradecieron a la presidenta Cristina Fernández y recordaron al ex presidente Néstor Kirchner. También integraron la delegación argentina el titular del Invap, Horacio Osuna, y los gobernadores de Entre Ríos, Sergio Urribarri; de Formosa, Gildo Insfrán, y el intendente de Berazategui, Juan Patricio Mussi, entre otros. Durante el lanzamiento, además, se hizo presente la ministra de Educación y Ciencia de Francia, Najat Vallaud-Belkacem.
Lágrimas
“Más de esto no podemos hacer. Nos queda estar conformes, contentos y esperar que mañana –por ayer– salga todo como lo planificamos”, levantó la copa uno de los muchachos del Invap en el íntimo brindis entre unos veinte científicos argentinos, en la previa del lanzamiento en la calurosa medianoche franco-guayanesa. Velocidad, distancia, eficiencia, recorrido orbital, cohetes, posición geoestacionaria, no tener margen de error… son datos duros y variables lejanas al universo de palabras de la vida cotidiana, que contrastan con el clima antes del lanzamiento que vivían hombres y mujeres, muchos de ellos muy jóvenes y otros con más trayectoria. Estaban entusiasmados, emocionados varios. Aplaudieron, se abrazaron y hasta corearon el Himno en el lobby del hotel, para sorpresa de los empleados y molestia, seguramente, de algún turista francés (de los pocos que hay en esta ciudad) con ganas de dormir. Como si estuvieran en la tribuna antes de un partido del Mundial: un sentido de patria que nace de un evento inusual, quieren ellos, fundacional. Fue un festejo contenido, pero intenso.
“Los argentinos estamos más acostumbrados a que los futbolistas nos den las alegrías. Hoy de alguna manera nosotros ocupamos ese lugar”, aseguró un técnico del Invap. Los científicos argentinos han sido insignia, innovadores, Premios Nobel. Luego fueron maltratados, echados a patadas del país. Muchos volvieron a buscar una segunda oportunidad. Ayer se pusieron nerviosos, ansiosos, se entusiasmaron y festejaron. “Acá cada uno la lleva como puede. Algunos no paran de mover la patita, otros están callados, otros no paran de charlar”, cuenta Ignacio Grossi, jefe de proyecto del Invap, a Página/12.
El día esperado
Al día siguiente, la jornada comenzó con el sol, desde su salida, quemando la piel. Unos treinta científicos del Invap y de Arsat, muchos de los cuales están en este país desde hace un mes para los ensayos preparatorios, se trasladaron temprano desde el hotel Atlantis hasta la base espacial. Cumplieron un papel fundamental, porque desplegaron toda una serie de operaciones sobre el satélite durante el lanzamiento para que las cosas salieran bien.
El Salón Júpiter de la Base Espacial de la Unión Europea, que funciona desde los ’60 en la zona de Kourou, está ubicado en el edificio central, la “torre de control” de este aeropuerto espacial. Es un amplio anfiteatro dividido en dos: en la pecera están sentados, con computadoras, teléfonos, máquinas de cálculo complejo y amplias pantallas, los técnicos franceses de Ariane Space, la firma encargada del lanzamiento, junto a los científicos argentinos. Más acostumbrados a ver este tipo de eventos en las películas norteamericanas que a presenciarlos en la realidad, varias veces circula entre los periodistas el chiste sobre el famoso llamado a Houston. Fuera de la pecera hay gradas para que funcionarios y otros miembros de la delegación puedan ver con sus propios ojos la compleja operación.
La empresa Ariane Space pertenece al Centro Nacional de Estudios Espaciales de Francia y a las empresas espaciales europeas. La firma le cobró al Estado argentino 90 millones de dólares, una tercera parte del costo total del proyecto del Arsat-1, por el servicio del lanzamiento. El lanzador a cargo (en la jerga prefieren no llamarlo “cohete”, palabra más vinculada con el ejercicio militar) es el Ariane 5, artefacto al que se ensambló el Arsat-1 el pasado 9 de octubre. El satélite argentino no comenzó su viaje en soledad: lo acompañó un satélite de la empresa DirecTV. Ariane Space realiza lanzamientos todos los meses. En septiembre envió al espacio satélites de telecomunicaciones de Malasia y Australia, aunque ninguno de los dos fue construido por esos países, como sí sucedió en el caso argentino. El del Arsat-1 fue el lanzamiento número 220 de Ariane Space. En ese historial hubo dos abortos por fallas detectadas.
También la cuestión climática juega su partido: con mucho viento o rayos, no hay lanzamiento hasta el día siguiente. De hecho, las nubes negras que aparecieron ayer en la tarde de Kourou despertaron algunos interrogantes iniciales, que luego se confirmarían. “Esto es muy cambiante, pero se puede complicar”, admitía Lilian, una empleada de Ariane, a este cronista, camino a la base espacial.
El Salón Júpiter está a 18 kilómetros de la plataforma de lanzamiento. Una ruta de mano/contramano, rodeada de densa vegetación y custodiada a la hora del evento por la policía, el ejército, la fuerza aérea y la marina, conecta los dos puntos. Varios edificios se ven en el camino, como la estación de medición del clima, la estación de bomberos –en donde trabajan 80 personas– y los establecimientos de mantenimiento y control de los cohetes. También hay un doble sistema de rieles a través del cual se mueven los lanzadores desde enormes galpones hasta la plataforma de despegue. Más cerca de esas instalaciones está el Centro de Lanzamiento: desde allí se controla el despegue.
El viaje
El lanzamiento es la etapa más sensible de este tipo de proyectos. Las extremas condiciones en términos de vibración, temperatura y sonido fuerzan la resistencia del satélite. Para reducir al mínimo la posibilidad de tener cualquier desperfecto técnico, que podría ser determinante en instancias así, el equipo del Invap, la empresa rionegrina contratada para la construcción del artefacto, realizó todo tipo de pruebas de esfuerzo en su centro de testeo en Bariloche.
Con esa carga de nerviosismo encima, a las seis de la tarde comenzó el evento en el Salón Júpiter de la base espacial. Una definición que contó con todos los condimentos (ver nota aparte). Finalmente, a las 18.44 se encendió el motor principal y comenzaron a funcionar los boosters de propulsión. Apenas despegó el cohete, un millón de litros de agua se arrojaron para enfriar la plataforma después de lanzamiento y, sobre todo, para que el inmenso ruido (el más potente de los generados por el hombre) disminuya y no dañe el satélite.
Durante los primeros 60 segundos, el lanzador alcanzó una velocidad de 7 mil kilómetros por hora y una altitud de 60 kilómetros sobre el nivel del mar. En ese momento se desprendieron los boosters de propulsión, operación que ya no se pudo ver en el cielo. Pocos segundos después, luego de pasar un punto máximo de presión dinámica que ejerce la atmósfera, el Ariane 5 abrió la cofia que protege al satélite. Se recorrieron en ese momento 1800 kilómetros y la velocidad alcanzó los 25 mil kilómetros por hora, cuando se desprendió el motor principal y se completó la primera etapa. Durante los siguientes 15 minutos, los motores incrementaron la velocidad y la altitud del lanzador para poder llegar al punto de inyección. Luego de 33 minutos de viaje y a 300 kilómetros sobre el nivel del mar, se apagaron los motores secundarios y se separaron el satélite y el Ariane 5.
A partir de ese momento, el satélite entró en una órbita de transferencia. Es tal vez el momento de más nerviosismo del proceso, porque desde el centro de control en Benavídez se busca establecer el primer contacto con el artefacto y analizar en qué estado superó el proceso de lanzamiento. A las 19.35, Matías Bianchi confirmó que “llegó la telemetría, el lanzamiento fue exitoso, ya lo podemos asegurar”.
Una vez que la estación toma control, realiza revisiones y habilita parte de los sistemas del satélite. Luego se enciende el motor primario del Arsat-1, que dará en las siguientes 48 horas cuatro órbitas al planeta, durante las cuales los técnicos desplegarán los paneles (con los que el artefacto mide 16 metros de largo) y realizarán una serie de maniobras para llegar a la posición final, en una órbita de 36 mil kilómetros de la Argentina. A esa distancia, el recorrido es geoestacionario, es decir que el satélite se mueve al mismo ritmo que la Tierra. De esa manera, el artefacto siempre “ilumina” el territorio argentino y puede transmitir las señales sin interrupciones.
Desde que el cohete lo eyecta hasta su destino final, se prevé que el Arsat-1 consuma entre el 70 y el 80 por ciento de los 1500 litros de combustible que lleva consigo. El combustible equivale a vida útil estimada en quince años, por eso los técnicos tendrán como prioridad durante las maniobras la austeridad en el consumo. El comando argentino del satélite hasta su ubicación final también es otra particularidad del proyecto, porque otros países adquieren todo el combo “llave en mano” y comienzan a operar el artefacto (si es que lo hacen) cuando está en posición.
El destino
El satélite, que pesa tres toneladas, se ubicará en la posición geoestacionaria 71,8 grados de longitud oeste. El Arsat-1 va a reemplazar al AMC-6, operado por la empresa SES, que es alquilado por el Estado nacional para brindar servicios de telefonía, datos y televisión exclusivamente en el país, funciones que ocupará, una vez que esté en operación, el nuevo satélite. En ese momento, el AMC-6 pasará a “posición inclinada” y se desactivará. La otra posición orbital con la que cuenta el país, la 81 grados oeste, está ocupada con dos satélites alquilados, el AMC-2 y el IS603, con cobertura en el continente americano.
Serán reemplazados por el Arsat-2, cuya construcción tiene un grado de avance de 70 por ciento y se lanzaría el año que viene. Permitirá exportar a otros países de la región servicios de comunicación.
A veces como formalismo, otras como manera de expresar admiración por lo que nos ofrece alguien. Como un impulso ante un buen chiste o en agradecimiento por el esfuerzo. Como homenaje. El rito de siempre, el aplauso. Fueron varios, todos generosos, sentidos y con sensación de irrepetible, que cerraron la jornada.
Fuente: Página12