El periodista y escritor debutó esta semana en Del Plata con su histórico programa radial. Se divierte contando las trastiendas del ciclo, define las preocupaciones del peronismo y el progresismo, y sus propias tribulaciones.
Por Juan Manuel Strassburger
Dolina está de excelente humor. Ensaya con docilidad las distintas posturas que le propone el fotógrafo de Tiempo Argentino en el living de su casa. Y bromea a gusto. En general de la mano de sus ya clásicos retruécanos –entre filosóficos y porteños, el sentimiento trágico de la vida visto desde Flores o Caseros– que a él le salen naturales, contagiosamente divertidos, ocurrentes; casi como si no hubiera otra forma de pensar o conversar cuando se está con él. O cuando se lo escucha en La venganza será terrible, su proyecto más duradero y popular de los varios y diversos (pero siempre con su sello) que concretó en todos estos años. “Yo pienso a La Venganza… no como una obra sino como un foro donde soy bastante feliz. Un lugar donde obtuve algún tipo de reconocimiento. Pero también muchos amigos y muchísimas alegrías: alegrías artísticas, alegrías amistosas y alegrías de amor…”, cuenta con esa sonrisa pícara que todas las noches imaginan sus oyentes y que desde esta semana volvió a sobrevolar en el éter –ahora por Del Plata (AM1030) tras su paso por Radio Nacional– nada menos que en el decimonoveno aniversario del envío. ¿Veinte años no es nada?
–¿Cómo vivís esta vuelta a Del Plata después aquel breve paso en el año 2001?
–No lo siento como una vuelta. Aquella Del Plata estaba en otra parte y era manejada por otras personas. Lo veo más como un avance a territorios de mayor heterodoxia y como una mejora de las condiciones de trabajo mías y de mis compañeros. Estoy muy orgulloso de haber pertenecido a la programación de Radio Nacional, pero las condiciones no se correspondían con esa línea tan interesante. Y uno debe velar por la situación de su equipo. Por otro lado, la visión de mundo de Del Plata se parece bastante a la de Radio Nacional
–Aquella experiencia de 2001 fue particular porque, entre otras cosas, tuviste que competir contra vos mismo…
–Sí, los amigos de Continental, de donde yo me había ido con el contrato cumplido y conforme a derecho, tuvieron la ocurrencia de repetir a la misma hora programas que tenían grabados. Y a veces obtenían mayor audiencia que los que hacíamos en vivo. Como Continental tenía una mayor penetración que Del Plata mucha gente nunca se enteró que me había cambiado de emisora. Seguro pensaron “¡Cómo se repite este tipo!” (risas). Una actitud muy canallesca de parte de Continental.
–A veces se dice eso de que La Venganza se mantiene muy igual. Pero si uno toma un programa del ’94 y lo compara con otro del ’04, encuentra diferencias…
–Y también momentos exactamente iguales. Aunque yo creo que si se escucha bien el programa se reciben otras impresiones. Incluso filosóficamente distintas. Eso se advierte más en los libros. El Ángel Gris, por ejemplo, Dios lo salve y guarde, estaba lleno de una cierta sacralización del amor, de lo romántico, casi un deseo infantil de ser triste “porque la tristeza ennoblece” y toda esa verdura. Lo último que estoy escribiendo, en cambio, es absolutamente amoral y más bien sostiene que el mundo no tiene sentido. En aquel momento ya aparecían esas ideas pero ahora componen el centro del pensamiento.
–En esta nueva etapa estás acompañado por Jorge Dorio y Patricio Barton. ¿Ya tenés definido al cuarto integrante?
–El problema es que la mayoría de los amigos esta trabajando durante la mañana. Fabián Schultz, por ejemplo, arranca un programa por la mañana muy temprano. Y lo mismo Gillespi. Con Stronatti se da el caso de que está en Continental y no le permitieron venir ni un sólo día.
–Una fantasía recurrente entre los oyentes era que como terminaban tan arriba, después se iban de joda…
–¡Y era cierto! (risas). Lamentablemente ahora no es así. Pero más por la formación del equipo que por otra cosa.
–¿Cuál fue la formación mas salidora, en ese sentido?
–Yo diría que con Dorio, Eli Vernaci y Rolón. ¡Era muy difícil que volviésemos temprano! Y con Dorio jamás volvíamos solos (risas). Nico Tolcachier también pescó un poco de todo eso. Ojo, jodas a la altura de nuestro vuelo gallináceo. Y lo extraño un poco, eh. Algo vamos a inventar para que vuelvan.
–Seguramente en estos años habrá habido algún roce laboral, ¿cómo los resolvían?
–Aparecieron alguna vez, pero del modo en que aparecen en un partido de fútbol. Al segundo se terminaron. No hubo enconos graves ni los ha habido.
–Así como los hinchas eligen las formaciones favoritas de sus equipos, algo parecido sucede con los oyentes de La venganza. Algunos añoran la época de (Guillermo) Stronatti y (Gabriel) Rolón, y otros los tiempos de (Adolfo) Castelo o Elizabeth Vernaci…
–Sí, por lo general ocurre que uno idealiza las formaciones pasadas como si fueran mejores y en realidad no siempre es tan así. A mí me gustó mucho el paso reciente de Coco Silly y de Gillespi porque le daban un rumbo diferente al programa. Coco es un gran actor e improvisador teatral, y Gillespi un tipo con un uso del lenguaje muy raro, muy extravagante, que le daba al programa una personalidad especial. ¡Además tocaba la trompeta junto al Sordo Gancé!
Como Caloi, como Sasturain o como Fontanarrosa, Dolina pertenece a una especie no muy habitual de peronistas: la de los nacidos en los ’40 o ’50, en familias de clase media, pero de buena sensibilidad popular. Una generación de artistas, intelectuales o escritores que nunca ocultó ni renegó de su filiación peronista. Y que, a la hora de desarrollar su obra, supo colar aquí y allá, como quien no quiere la cosa, pequeñas alusiones a su pensamiento nac & pop; pedagogías sutiles para bajar el nivel de gorilismo en sangre del clasemediero típico. “Los muchachos lo han hecho además sin énfasis”, coincide Dolina cuando se le marca ese parentesco con sus colegas. “En cambio hay funcionarios muy respetables que en todo debate empiezan a recitar las 20 verdades. Pienso en uno que respeto mucho. Y lamentablemente eso le da pie a los que tienen montado al peronismo entre ceja y ceja”, dice.
–¿Sentís que hoy parte de la clase media se ha reconciliado o ha hecho las paces con el peronismo?
–No me parece. Sí me parece que mucha gente ha fingido hacer las paces, pero aprovecha cualquier situación para dejar que aflore esa prevención ancestral, que en muchos casos es justificada por las acciones del propio peronismo (risas). De todos modos yo no creo que el peronismo deba ser juzgado por sus peores exponentes. Un poeta tiene derecho a ser considerado por sus mejores frases. Y aquel argumento de agarrar a los peores peronistas y decir eso es el peronismo, es un error. Como ver un chino rubio en Pekín y afirmar que todos los chinos son rubios.
–En general, a partir de sus diversos y hasta contradictorios exponentes, se le niega el peronismo su condición de idea o pensamiento…
–Yo no estoy seguro de que el peronismo tiene, más allá de su doctrina, una visión original, rigurosa o abarcadora. No creo. Pero qué importa. ¿O alguien se hace peronista porque funcione o no el criterio de falsabilidad en las 20 verdades? No. Hay un sentimiento ahí. Pero también una praxis, una forma de hacer las cosas y unos intereses claramente expresados. ¿O alguien cree por ventura que este avance estupendo de la economía y de los que menos tienen, este formidable cambio que se ha dado de 2002 para acá podría haber cabalgado sobre otra organización política que no fuera el peronismo? ¡No! ¡No podría! Pero no porque “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista” o porque “los únicos privilegiados son los niños”, sino porque hay una capacidad de gestión en el peronismo, intrínseca, que pertenece a su propio ser más que a su propio pensar. Un lugar donde el poder te pasa cerca, ahí nomás. Y donde la preocupación por los pobres es central. Porque hay un prototipo de progresista que está muy preocupado por las minorías étnicas, las cuestiones civiles, el respeto por las culturas. Pero de los pobres no habla nunca. Y el peronismo está cada minuto que pasa con esa preocupación: cómo la pasa un pobre y qué podemos hacer para que la pase mejor.
Fuente: Tiempo Argentino